viernes, 1 de junio de 2007

I Festival de Danza Independiente 100%Cuerpo-Perú-Crítica: Kamal, rastreando vísceras.

Amelia Zifgler
Crítica teatral y literaria/ameliazifgler@yahoo.com.ar

CRÍTICA A KAMAL:

Una serie de bultos negros caen ante el espectador, uno tras otro, sin explicación, llenos de algo indefinible y -paradójicamente- repletos de sentidos. Como cuerpos en una fosa común, como bolsas de basura, como materia industrial que se almacena para mejor provecho posterior, los fardos se apilan sin cesar y definen, en su metáfora simplísima, la visión general de Kamal, la puesta de Komilfó Teatro. Aunque es pretencioso “explicar” una danza, sí es posible definir sus principales vectores artísticos e ideológicos, con miras a obtener luces sobre sus motivaciones y su alcance en el alma y la mente del espectador. Las líneas centrales de Kamal son la deshumanización y la descomposición, entendida esta última como putrefacción tanto como disgregación o desmembramiento.

Kamal anticipa con su metáfora inicial –la más potente pese a que en ella no está presente ningún cuerpo, ningún bailarín- la cosificación del ser humano, y desarrolla luego en cuadros sucesivos las consecuencias de esta salvaje restricción.
La primera rutina nos narra casi explícitamente el inicio del éxodo de un gran grupo humano. La música y el vestuario nos ubican en cualquier lugar y aluden a un conjunto abstracto que podría estar integrado por andinos, kosovares o saharauis: todo pueblo sufre o ha sufrido este tipo de desgracia, de la cual los bailarines toman los momentos más significativos: el desgarramiento de la partida y el simbólico cruce de un umbral –histórico? geográfico? cultural?- que los lleva hacia un futuro que se anticipa terrible, como vacas que parten al frente de batalla, al campo de concentración, al matadero. A partir de allí, esta afirmación tremenda de la masificación del hombre se desboca en imágenes que, con intensos dolor y humor, trazan un paralelo entre los cuerpos de las reses y los humanos. En las escenas posteriores la potencia expresiva del director y su afinado elenco de danza logra descarnados símiles entre los hábitos de apilamiento y consumo de la carne pecuaria y otros usos humanos mucho más significativos y terribles –la tortura, el encierro, la objetualización comercial del cuerpo femenino para exhibición y explotación, la absurda pelea a muerte entre condenados que no distinguen a sus carniceros, esto es, a sus auténticos enemigos- y nos hunden, en menos de una hora, en una vorágine de horror en la cual, sin una gota de sangre, se nos habla claramente de cuán condenados estamos, como rebaño, si no tomamos el control de nuestros pasos.

Con su virtuosismo y su complejo sistema de significaciones, Kamal, puesta de Jaime Lema con mucho menos público del que merece tener, pone de manifiesto que este regisseur le lleva la delantera - en capacidad de simbolización, intención de riesgo, trascendencia política y creatividad- a un amplio rebaño de directores teatrales. Podría decirse, con ironía, que Lema les lleva una ventaja de varios cuerpos.

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